lunes, abril 09, 2007

 

Las Empresas políticas número 7

Acabamos de presentar en Murcia el último número de la revista de pensamiento político hispánico EMPRESAS POLÍTICAS. Parece oportuno dejar constancia aquí del contenido de su editorial (En cifra), que reza:

La política, el poder, siguen a la cultura. ¿Gramscismo conservador? Tal vez. Esa ha sido la fuente inmediata de la que bebió, ya hace treinta años, la única derecha europea que ha merecido ese nombre en el último tercio del siglo XX. Pero idéntico mensaje, sin las servidumbres de la ideología, que todo lo convierte en una táctica para conseguir el poder, se encuentra, como sustrato, en la historiología sociocultural del «anarquista cristiano conservador» Pitirim A. Sorokin. O, más cercano a nosotros, en la teoría de la declinación de las ideologías de Gonzalo Fernández de la Mora. Se apunta aquí, con toda la intención, el problema, en España acuciante, de los patrones y mentores de una auténtica cultura de derecha.
La izquierda hispana, demasiado seguidista de los socialismos extranjeros como para ser tomada en consideración en una Enciclopedia del socialismo internacional, ha sabido empero forjarse una abigarrada «tradición» intelectual. Nada importan, al parecer, las escandalosas ausencias de Hegel y Marx durante el siglo XIX –de las que no son, ciertamente, los únicos responsables– y las primeras décadas del XX. El beato Krause y Proudhon hicieron las veces de aquellos. Eso explica, al menos en parte, la facha pequeñoburguesa y algo resentida de nuestra socialdemocracia; así como la proliferación, sobre todo en el periodo intersecular y hasta las matanzas comunistas de finales de los años 30, del anarquismo. Una historia del pensamiento político socialista en España se extenuaría en las farragosas evoluciones del krausismo, del krauso-ginerismo o del krauso-institucionismo. Ahora bien, no puede negarse, después de todo, que este socialismo de profesores tuvo la suficiente habilidad para hacerse acreedor al sobrenombre de «educador de la España moderna».
El caso de la derecha es muy distinto. Sus patrones decimonónicos son foráneos, pero húbolos también castizos. Ahí están Donoso Cortés y, después, Menéndez Pelayo. Aunque en el siglo XX no se volvió a repetir el tipo donosiano, se producirá otro que tampoco se había dado en la centuria anterior: el jurista de Estado. El apogeo de esta nueva figura intelectual se extiende a las décadas de 1930, 1940 y 1950. A ese tiempo hay que remitirse justamente para encontrar a los más notables pensadores políticos españoles del Novecientos. La mayor parte de ellos son hombres de la derecha conservadora o liberal. Ha habido, sin duda, juristas y escritores políticos en la izquierda, pero estos fueron, ante todo, profesores de una cierta altura universitaria hasta su malogramiento en la politiquería. Buenos divulgadores de su disciplina. Nada menos, pero nada más.
Una izquierda sin verdaderos prestigios intelectuales ha divulgado la estrafalaria opinión de que no ha habido en España, hasta fechas recientes, sino falsos valores académicos, favorecidos de una forma u otra por la dictadura. Buena parte de la derecha, por razones puramente tácticas y oportunistas –el acceso a la Repartición política–, ha endosado esa falsificación.
La Guerra, sin duda, supuso un corte brutal en unas expectativas culturales, científicas y políticas que, tal vez, todavía no han sido plenariamente desentrañadas. Expectativas de derecha, pero también de una izquierda razonadora. Es digna de mención, en este punto, la primera promoción española de jóvenes juristas de izquierda bien formados. Nunca sabremos lo que, como socialistas, podrían haber dado de si, pues la mayor parte de ellos siguió otros derroteros. Pero algo puede intuirse de su trayectoria vital bajo el franquismo. Al lado de la seriedad de juristas como Javier Conde o Manuel García-Pelayo, socialistas de 1930, el penalista republicano Jiménez de Asúa no deja de ser un ideólogo, un comisario político. El Solé Tura de la República Trágica. Entre las derechas posibles, se destacó recién llegada la II República el grupo liberal-conservador de la Revista de Derecho público; así como su promotor, Nicolás Pérez Serrano, a quien la socialdemocracia de cátedra se empeña en convertir en un precursor del socialismo democrático (cfr. Teoría y realidad constitucional, nº 18, 2006).
España, durante la postguerra, se fue recuperando trabajosamente de las heridas de la muerte y el exilio. Cuajó, en unas circunstancias políticas muy adversas, desconocidas desde mucho antes de la Guerra de la Independencia, una extraordinaria generación de juristas e historiadores políticos. Una sucinta relación de sus nombres es bien expresiva: Javier Conde, Luis Sánchez Agesta, Carlos Ollero, José Antonio Maravall, Luis Díez del Corral, Álvaro d’Ors, Jesús Fueyo, Gonzalo Fernández de la Mora, Rodrigo Fernández-Carvajal. Todos apuntaron en la misma dirección: un sano realismo atemperado, en mayor o menor medida, por la teología política católica. El realismo, nada clerical, de la Escuela de Derecho político española. Muy lejos de libros como Teoría y sistema de las formas políticas, de Conde, El crepúsculo de las ideologías, de Fernández de la Mora, o La época insegura, de Fueyo, va quedando la literatura política española contemporánea, tal vez la más anacrónica de todo el siglo XX. La mayor parte de los juristas y politicólogos de la Monarquía del 22 de noviembre, ancillae regimini, ignora esas obras y a sus autores. Comprensible en la izquierda, suicida en la derecha.
La política de cultura de la derecha española, en su desvarío centrista, pero ante todo cratológico, ha caído en el adanismo del «Yo inauguro mi estirpe». Se siente libre. Improvisa un neoconservadurismo puritano de importación. Paga regalías a los Estados Unidos, incluso a Francia, para creer que no tiene deudas espirituales con los viejos. «No tiene padre», como piadosamente describía un literato inefable a la juventud española de los Setenta. Ávidos de poder, han ecuacionado la historia intelectual de España y les ha salido un «antifranquismo de derechas». En su doctrina no caben pues todos aquellos ingenios, de los que hay que deshacerse como de un peso muerto. Se ha vuelto, por fin, políticamente fotogénica.


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La sección Artículos ofrece a nuestros lectores un texto importante por muchos conceptos. Fue en su primera versión una disertación leída en Murcia por Günter Maschke, invitado de la SEPREMU a las Jornadas Saavedra Fajardo para los estudios políticos (abril de 2001). En 2004 estaba prevista su publicación en un volumen de homenaje a Álvaro d’Ors que, malhadadamente, alguien tal vez demasiado celoso abortó. Aparece ahora en Empresas políticas, por fin, «La autodestrucción del Derecho internacional», uno de los ensayos más sugestivos del escritor alemán. Estas páginas constituyen el núcleo de su libro in fieri sobre la que en algún momento llama «tragicomedia del Derecho internacional», es decir, sobre la declinación del Ius Gentium Europaeum. El agudo escritor alemán, estilista de su lengua, nos presenta un recorrido, tan desconcertante como sugestivo, por los últimos dos siglos de historia del Derecho internacional. Desde la exportación del derecho de injerencia misional de los revolucionarios franceses, hasta los últimos episodios de la «autodestrucción» de uno de los monumentos modernos del razonar jurídico de los europeos. Fue su último acto, tal vez, el Reglamento sobre la Guerra terrestre (1907) de la Haya. Desde entonces ha conocido el mundo, estimulado por el proverbial desprecio de los juristas contemporáneos hacia la realidad de lo político, una atroz sucesión de guerras sucias legitimadas por una paz inencontrable.
El geógrafo y jurista José María Martínez Val se ocupó en 1942 del estatuto científico de la Geopolítica, saber enciclopédico que la Guerra mundial II actualizó brutalmente. La tradicional influencia en España de la geografía humana francesa limitó los desarrollos autóctonos de la Geopolítica. La Geopolítica de Vicens Vives, en sus ediciones sucesivas, es el palimpsesto de los avatares ideológicos y científicos de esa disciplina. En «Sobre el concepto y realidad de la Geopolítica», espoleado su joven autor por el «destino de lazo gaucho de la curiosidad», se presenta una exposición equilibrada del contenido de la Geopolítica, equidistante de las escuelas francesa y germánica. También un cuidadoso deslinde de la Geografía política y, finalmente, un programa académico sistemático.
Horacio Cagni, investigador del CONICET argentino y profesor de la Universidad Católica de La Plata, se ocupa de uno de los grandes temas de la tópica geopolítica, la frontera en su relación con la delimitación espacial de la potencia política. Imbuido en las categorías del realismo político, particularmente en las de cuño schmittiano –nuestro colega es el editor de una muy divulgada edición de los Escritos de política mundial del Viejo de Plettenberg–, Cagni examina el destino histórico de los grandes imperios mundiales y continentales. Trasciende de su estudio, como un leiten Motiv, la permanente inseguridad de las fronteras, particularmente la frontera oriental del mundo, cuyo control ha sido siempre incierto desde el Imperio de Alejandro. Escribe el politicólogo argentino sobre Roma, la Monarquía hispánica, el Imperio británico y la República imperial yanqui, concluyendo que los cuidados políticos de todas aquellas potencias tenían una raíz común: lo que en estas páginas se denomina «la violación de la ley de los Grandes espacios». La antesala del fracaso de los grandes imperios.
Cumple esta sección con una nueva contribución del profesor Jerónimo Molina sobre la historia del pensamiento jurídico-político español. En esta ocasión llama la atención sobre una provincia especialmente descuidada, la del africanismo. El autor aprecia en los supuestos de las especialidades académicas coloniales una constante del pensamiento español: el espacio africano como elemento político estabilizador de la declinante potencia hispánica. Uno de sus más destacados cultivadores en el siglo XX fue el jurista almeriense José María Cordero Torres, de quien se traza una completa semblanza biográfica e intelectual. El autor le da la espalda a las dóciles y acomodadas opiniones que, sobre sus propios mentores, pregonan los amos del cotarro universitario; a su juicio, aquellos maestros, los juristas y escritores políticos que se incorporaron a la vida pública intelectual en torno al año 30, madurando en ocasión terrible –la Guerra y los primeros años de la Dictadura–, permiten hablar, recordando una expresión de Laín Entralgo que no hizo fortuna, de «medio siglo de oro del pensamiento jurídico-político español».



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El escritor y abogado romano Teodoro Klitsche de la Grange se ocupa, en «Guerras más democráticas que justas» del sentido último de las guerras libradas contemporáneamente en nombre de la democracia, así como de sus consecuencias para la forma política estatal. En rigor, la causa de la democracia es la denominación que hoy recibe la clásica justa causa belli. El autor se remonta al concepto teológico político de la guerra justa, precisando que, con gran realismo, estaba basado en un orden concreto que merecía ser respetado. El mismo prudente realismo alienta en la interpretación patrocinada ad usum delphini por los juristas de Estado modernos. Pero la Revolución francesa alteró profundamente la realidad política e ideológica de la guerra. Desde entonces se ha desenvuelto un complejo proceso que desemboca en el ideal de la democracia globalizada y homogénea, causa justa de guerra para los filántropos del siglo XXI. Después de las negociaciones de Yalta, en las que «cada uno de los pueblos liberados se dio la forma constitucional correspondiente al color de las enseñas de los liberadores (ocupantes)», la enemistad política se ha vuelto abstracta e ideológica, pues al enemigo, como recuerda el autor, ya no se le combate por su conducta ofensiva, sino simplemente «porque existe de una manera particular».
Merece también un lugar en Notas «La guerra como forma extrema de conflicto», del sociólogo italiano Carlo Gambescia. La benevolencia, escribe Gambescia, no es suficiente para aplacar la hostilidad del enemigo. Su ojeriza política, su hostilidad o su manía, no dependen, desde luego, de nosotros. Partiendo de esta constatación toral discurre el enjundioso ensayo sobre el problema de la inevitabilidad de la guerra o su posible extirpación en el futuro como «tumor» social. El autor señala tres factores determinantes del conflicto: la contraposición amigo-enemigo, la existencia de grupos organizados y la permanencia o arraigo de ciertos valores e instituciones compartidos. Polemizando con Freund, Gambescia sugiere que el conflicto no depende tanto de un choque de voluntades hostiles, como de la capacidad de un grupo para juzgar el mundo. En efecto, los estudiosos de Freund han pasado por alto hasta la fecha que el gran polemólogo francés da una explicación parcialmente tautológica del conflicto, pues apela a la hostilidad como presupuesto de este. La interpretación psicosocial de Gambescia, en el fondo hobbesiana, nos parece más realista. El estudio de los tres elementos del conflicto le permite examinar la situación actual de los Estados Unidos de América y, por último, apuntar con gran frialdad que «no se puede evitar la guerra indefinidamente».
Nuestro colaborador Sergio Fernández Riquelme discurre sobre las que denomina «las tres geopolíticas» de Jaime Vicens-Vives, uno de los más castellanistas, por cierto, de los historiadores catalanes. Vicens-Vives, que se opuso a falsificaciones historicistas como las de Rovira i Virgili, «poète fracassat que s’ha dedicat a conrear la història catalana», colaboró en Destino a principios de los años 40. Las ediciones segunda y tercera de su Tratado de Geopolítica, según pone de manifiesto el autor de este estudio, no supusieron una mera modificación del título, tampoco un nuevo libro, sino la reescritura de España, geopolítica del Estado y del Imperio de 1940.
Notas se cierra con una acotación de los profesores Pardo López y García Costa sobre el pensamiento geopolítico en Montesquieu, adensando un adarme la ya clásica referencia a su «determinismo del medio».



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Saavedriana, una de las razones de ser intelectuales de esta publicación, sigue desarrollando con toda modestia su labor vindicadora del autor de la Corona gótica castellana y austriaca. En este número incluimos otro estudio desconocido en las bibliografías saavedrianas de referencia obligada. Se trata de «Saavedra Fajardo y la política marítima de España», cuyo autor, P. L. G. B., nos ha sido imposible identificar entre los colaboradores del Boletín Informativo de la Secretaría General del Movimiento, de cuyo número 97 (a. 1950) está extraído. Contiene, como comprobará el lector, una glosa de la más marinera de las empresas saavedrianas, la LXVIII.
La segunda contribución presentada en Saavedriana es un precioso texto del profesor Christian Bouzy, de la Universidad Blaise Pascal (Clermont-Ferrand): «Saavedra Fajardo, diplomático y educador del príncipe». Estas páginas se concentran en el estudio de las empresas LXXV y LXXVI, las más antifrancesas del ingenio murciano. Entre otras precisiones, aprovechables para una teoría de la paz política en Saavedra, Bouzy pone de manifiesto la crítica saavedriana a Richelieu y a la política antiaustríaca de Francia. Todo ello en el contexto de una tradición emblemática que contrapone las imágenes de la paz y la guerra.
En Empresas políticas nada de lo relativo al ingenio murciano nos es ajeno. Ni siquiera el Congreso Internacional celebrado recientemente en Murcia y dedicado a Saavedra Fajardo, su época, su recepción: Historia, política y relaciones internacionales. Curiosamente, no se ha invitado a Empresas políticas, la única revista saavedriana. Designios de la socialdemocracia de cátedra e inadvertencia culpable de quienes favorecen, en las Universidades y Fundaciones culturales, una historiografía de secta. Fieles a nuestra misión, informamos cumplidamente a nuestros lectores de su contenido al final de este volumen.



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«La preocupación por caracterizar el conflicto armado colombiano y describir su naturaleza» es el contenido del artículo del profesor de EAFIT, Medellín, Jorge Giraldo Ramírez. En «El nombre sí importa. El debate actual sobre la naturaleza de la guerra colombiana» se parte de la sorprendente definición gubernamental del conflicto: el desafío de unos terroristas ricos a un país de cuarenta y cuatro millones de habitantes. El autor recurre al canon clausewitziano-schmittiano para decantar el realismo político de la Gobernación del Presidente Uribe. Mención y estudio aparte merece la utilización retórica de la contraposición Estado de derecho-terrorismo, que no pasa desapercibida a nuestro colaborador. Se abre tal vez un nuevo capítulo en la consideración del enquistado «conflicto colombiano».



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La Biblioteca política, jurídica y económica, rindiéndose tal vez a una debilidad literaria, ofrece dos folletos muy poco conocidos de Ernesto Giménez Caballero. Dos mensajes del «pirante madrileño» nada menos que al finado Lord Holland. Gecé, que hizo de casi todo con una gracia y un sentido del humor para muchos insufribles –los Mainer, Trapiello & Cía–, pretendía en 1943, en plena Guerra mundial II, comunicarse con el amigo de nuestro Quintana. Le proponía entonces, sin mucha esperanza de ser escuchado, una conversión de su patria a la verdadera europeidad: al antinorteamericanismo y al antibolchevismo. Meses después, según cuenta el interesado, recibía alborozado una mediúmnica respuesta a través de un sugestivo folleto de E. H. Carr. «¡Qué alegría! ¡Qué taumaturgia! ¡Qué orgullo! ¡Haber hecho hablar a los muertos!». Entre tanto signo de admiración proponía Gecé una doctrina de Monroe para Europa.
Los Diez Libros recomendados tienen que ver en parte con asuntos geopolíticos; así el de E. H. Carr sobre «La crisis de los veinte años», que da pie al chileno Luis Oro Tapia para presentar una sugestiva contraposición entre realismo e idealismo políticos; o el clásico de Bergier sobre «La Tercer Guerra mundial», que glosaba para el extinto diario El Alcázar, hace ahora treinta años, el profesor Eustaquio Galán. Y otros libros recientes, por una vez, de la más variada temática: de la filosofía de la religión a los arquetipos morales y la dictadura de la opinión «progresista».

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